lunes, 21 de julio de 2008

¡Maldita soja!

El “yuyito” que avanza sin control en Argentina

Por Pablo Ramos, desde la Redacción de APM

La oleaginosa provocó la mayor crisis política de los últimos años y dividió la sociedad en dos. El rechazo del vicepresidente hacia un proyecto clave del propio Gobierno que representa.

“¡Que la historia me juzgue! Pido perdón si me equivoco. Voto… Mi voto no es positivo. Mi voto es en contra…”. Con estas palabras, el vicepresidente de la Nación, Julio Cleto Cobos, enterraba en la madrugada del jueves un tibio, vago y no demasiado osado intento de apropiación por el Estado de una parte de las superganancias del agronegocio basado en el monocultivo de la soja en Argentina al rechazar la Resolución 125 del 11 de marzo que establecía las retenciones móviles a las exportaciones de granos.

Es que de eso se trata. Cuando este grano oleaginoso oriundo de China desembarcó en Argentina en los años 70, nadie imaginaba que esas 30.000 hectáreas iniciales iban a expandirse en forma exponencial. No obstante, debieron darse algunas condiciones a nivel mundial para que hoy la mitad de la superficie agrícola esté sembrada de la Glycine Max, tal cual es su nombre científico.
Podemos mencionar al menos tres condiciones. En primer término, los avances tecnológicos en el terreno de la biotecnología que permitieron elevar sustancialmente los rindes por superficie sembrada. En segundo término, la decisión política de importantes naciones del mundo que privilegiaron cambios alimentarios en la población a favor de la proteína de origen animal. Y en tercer término, los altos precios internacionales de los commodities en general y de nuestro querido grano en particular.

Estas cuestiones citadas se disparan a fines de los años 80. Corporaciones biotecnológicas, como Monsanto, Nidera, Bayer, entre otras, lograron importantísimos avances en el campo de los productos transgénicos. ¿Qué es esto? Se trata de trabajar sobre alguna forma biológica a nivel genético. A una especie determinada se le introducen genes de otras especies (animales o vegetales) para lograr algún resultado buscado. En el caso de la soja, se le incorpora material genético para hacerla inmune a las plagas y al glifosato, un poderosísimo herbicida.

De esta forma, se llega a la siembra directa. El método tradicional requería la preparación del terreno antes de la cosecha, y su posterior limpieza una vez levantada la misma. Con la siembra directa, el productor sólo tiene que aplicar el “paquete tecnológico” consistente en la semilla modificada genéticamente, el fertilizante y el herbicida, sin mayor tratamiento del suelo. La casi totalidad de la soja sembrada en Argentina utiliza esta metodología.

Los cambios alimentarios de la población de la Unión Europea (UE), China, el Sudeste asiático e India fueron impulsados por decisiones políticas y como consecuencias del propio desarrollo económico. Por un lado, Europa prefirió preservar su producción agrícola tradicional, e importar el forraje para su ganado vacuno, porcino y aviar. En Asia, por su parte, millones de personas se incorporaron a la clase media y añadieron a su dieta la carne.

Este aumento de la demanda mundial de alimentos en general, y de soja en particular, elevaron el precio en forma continua. En 1998, la tonelada de este grano se vendía a 252 dólares, mientras que hoy el precio es de casi 540 dólares. Estos son los condicionantes externos.

Fronteras adentro, en Argentina se consolidó un discurso pro-soja que la convirtió en casi una bendición, un maná contemporáneo. Se la postuló como fuente de alimentos para humanos, animales y combustibles. No obstante, la oleaginosa está desaconsejada para las personas, y casi prohibida para niños. Se habló y habla de “nuevo paradigma”, el paradigma sojero, la patria sojera, la república sojera. Avanzó sin cesar primero sobre zonas dedicadas a otros cultivos, a la ganadería, y cuando llegó a la frontera agrícola no se detuvo, y floreció sobre los restos de bosques naturales, las reservas indígenas, el yaguareté, el aguará guazú y el quebracho colorado.
Según publicó el diario Clarín el 25 de junio del año pasado, la deforestación creció en Argentina entre 2002 y 2006 el 42 por ciento. Según el mismo matutino, “… En 1998, cuando se realizó el "Primer Inventario Nacional de Bosques Nativos", las selvas y montes de Salta, Chaco, Formosa, Santa Fe, Santiago del Estero y Córdoba sumaban 23.688.921 hectáreas. Apenas ocho años después habían perdido casi el 10 por ciento. Entre 1998 y 2002 desaparecieron 781.930 hectáreas. Pero en los últimos cuatro años, el proceso se acentuó y la tala arrasó con 1.108.669 hectáreas, en su gran mayoría, ahora con soja.”

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en una alocución dentro del duelo verbal sostenido contra los sectores agrícolas rejuntados en la “Mesa de Enlace”, definió a la soja como un “yuyito”. Con esta expresión en Argentina se denomina a la vegetación silvestre, algo así como un nombre genérico. El hecho es que este “yuyito” desplazó a distintas producciones tradicionales en el país, por ejemplo, el maní en Córdoba, porotos en el Noroeste, algodón en el Noreste, maíz en la Pampa Húmeda, arroz en la Mesopotamia. Más aún, en 2002 incluso, el otrora “Granero del Mundo” debió importar algodón y leche, dos producciones que antes se exportaban.

Y no sólo esta evolución se produjo sobre la superficie cultivable, sino también sobre el resto de la sociedad. El rechazo de la Resolución 125 del Ministerio de Economía, que fue enviada al Congreso Nacional para su ratificación y resultó vetada por el voto del vicepresidente Julio Cobos, se decidió en el Senado donde una gran parte de sus integrantes son productores sojeros. Carlos Reutemann y Carlos Urquía son dos ejemplos de legisladores integrantes del oficialismo, grandes productores de esta oleaginosa, y que votaron en contra de la propuesta enviada por la Casa Rosada. De hecho, esta especulación sobre el motivo de la votación en contrario del Poder Ejecutivo fue admitida off the record en la bancada del Partido Justicialista.

Ernesto Sanz, senador de la Unión Cívica Radical (UCR), y Agustín Rossi, jefe de la bancada oficialista en Diputados, coincidieron en un panel de un seminario en Buenos Aires. También coincidieron criticar a Reutemann y Urquía. "Por haber intereses personales en juego, debieron abstenerse", dijeron ambos.

Y el avance de la soja incorporó a provincias que antes tenían una agricultura muy básica. Mientras que el resto de la agricultura y ganadería se concentra en la Pampa Húmeda (provincias de Buenos Aires, Santa Fe, La Pampa, Córdoba y Entre Ríos), la soja incorporó al menos a unos diez estados más.

Los campos argentinos convirtieron a este país en el tercer productor mundial de soja con 47 millones de toneladas en la actual campaña, y el primer exportador de grano y sus derivados (aceite y harina). Y tiene un importante potencial de crecimiento, que la administración nacional pretendía limitar con la aplicación de derechos de exportación que privilegiasen la diversificación de la producción. Pero las cuatro entidades principales gremiales del sector agrícola conformaron la Mesa de Enlace o mejor llamada “Junta Agraria” que realizó un lock out que se prolongó durante 126 días.

Uno de los líderes más mediatizados de este rejunte entre sectores que eran netamente opuestos, Alfredo De Angeli, repitió sin avergonzarse que Argentina debe privilegiar el desarrollo de un “modelo agroexportador”. Precisamente este modelo agroexportador es el que más se extendió durante los casi dos siglos de existencia independiente de este país. Cuando a partir de 1862, con la presidencia de Bartolomé Mitre, se organizó el país, se hizo sobre las bases de la explotación del basto suelo.

Ya a partir de 1880 comienza el modelo agroexportador en sí, que se prolongó sin interrupciones hasta la crisis mundial de 1930. Fueron 50 años de crecimiento sostenido que no se tradujo en nada en mejoras para la mayoría de la población. La foto de esa época reflejaba a inmigrantes hacinados en conventillos y la oligarquía ganadera que poseía mansiones en Francia, donde llevaban sus propias vacas de vacaciones para proveerse de leche.

A partir del crack de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929 el comercio mundial cayó a la mitad en poco tiempo. Sólo por este motivo las exportaciones argentinas del sector primario se redujeron en cantidad y precio. Pero lo vendido afuera era lo mismo: cereales y carne. Lo mismo que ahora, a lo cual se le ha agregado en los últimos años la soja, el petróleo y automóviles y sus partes.

De 1880 a 1930 fueron épocas de “vacas gordas” (abundancia) donde el campo se quedó con las ganancias y no las compartió con nadie. En los años 30, en cambio, fueron épocas de “vacas flacas” (escasez), donde la oligarquía gobernante introdujo todo tipo de herramientas para garantizar la rentabilidad del campo, como la Junta de Cereales y la Junta de Carnes, todos instrumentos que los manuales del liberalismo rechaza y que una década antes eran malditos.
Hoy la Historia vuelve sobre sí misma. Pero la gran protagonista de este momento es la soja. Con la característica que el país parece encaminado hacia el monocultivo de esta oleaginosa. Los hechos ocurridos en el Senado de la Nación en la madrugada del jueves confirman esta tendencia. Porque ése día ganó la soja. ¡Maldita soja!

pabloramos@prensamercosur.com.ar

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